miércoles, 30 de marzo de 2016

Pasando el peatón

Soy una rara avis. Vamos, lo que de toda la vida se ha llamado un bicho raro, pero ese latinajo me parecía mucho más culto para inaugurar la entrada. Atentos que comienzo a enumerar: me gusta la música clásica, soy completamente abstemio, me tapo por las noches al dormir aunque sea pleno verano, no sé hacer pompas con un chicle, prefiero los gatos a los perros y permito pasar a la gente en los pasos de peatones.
Quizá sea esta última afirmación la más sorprendente para más de uno, lo desconozco, invito a mis amables lectores a que me obsequien con su opinión sobre el grado de rareza de estas características, pero lo que es innegable es que el número de conductores que respetan esas blancas líneas paralelas está en constante decrecimiento. Este es un dato que he podido corroborar personalmente cuando abordo la calle como viandante y preciso cruzar una avenida por una zona habilitada para ello. Si el vehículo se divisa a una distancia decente acostumbro a ejercer mi derecho y, ni corto ni perezoso, camino dirección a la otra acera. El conductor, maldiciéndome mentalmente por los segundos que le voy a alargar su viaje, solamente ve dos opciones: o bien cambia el pie derecho de pedal y decelera paulatinamente (o no) hasta inmovilizar su auto mientras observa como un servidor cruza, o bien comete un delito, por lo que suelen optar por la primera opción. Ahora bien, si la cercanía del coche y su velocidad no hacen pensar en una hipotética frenada, mi fuertemente desarrollado instinto de supervivencia me obliga a permanecer inmóvil mientras el coche en cuestión me da la espalda, tras lo cual no suelo reprimir, con la esperanza de que el conductor mire por el espejo retrovisor, un gesto de desprecio con mi mano o, cuando la velocidad del turismo es extrema, algún que otro corte de mangas.
Es obvio, pues, que como peatón tengo muchas quejas sobre el uso de estos lugares cuyos colores recuerdan a ese cuadrúpedo africano. Lo curioso del asunto es que también las tengo como conductor. Me explico. Todo empezó el día que me examiné de la parte práctica del carné de conducir (por cierto, aprobé a la primera, nunca es mala ocasión para fardar un poco de esto). Con la lección bien aprendida, cada vez que nos aproximábamos a un paso de peatones oteaba a ambos lados para comprobar la posible presencia de transeúntes. Pero sucedió que la hermana duda asomó a mi mente cuando, oh maldita e inesperada sorpresa, en una de estas trampas se encontraba una señora de mediana edad pero no exactamente en la zona abarcada por las líneas blancas sino aproximadamente a un metro o metro y medio. En décimas de segundo decidí no dejarla cruzar, y no sé si fue la decisión correcta o no pero afortunadamente no influyó en mi aptitud. Eso sí, si este detalle me hubiera hecho tener que repetir el temible examen creo que me hubiera acordado de esa señora durante mucho tiempo.
En mis taytantos años como conductor se me han dado bastantes situaciones similares. Destacan casos como el de esta mujer que pretenden que se les permita pasar estando a dos metros del lugar indicado y gente que no tiene otro lugar para esperar al amigo con el que han quedado justo en el inicio del paso de cebra pero que, aunque su posición invita a pensar que pretende caminar por él, en el fondo no tiene ninguna intención de hacerlo. También tenemos esas marujas que casualmente se encuentran en la mitad de este lugar de la calle y, ni cortas ni perezosas, comienzan ahí mismo a contarse su ajetreada vida, y para completar este camarote de los hermanos Marx tenemos el típico abuelote que, tras hacerle un gesto para que comprenda que le cedes el paso, te devuelve la cesión e incluso comienza casi a dirigir el tráfico.
En definitiva, que ni el bueno es tan bueno ni el malo es tan malo. Es cierto que la gran mayoría de conductores parecen haber olvidado el significado de estas gruesas líneas blancas, pero si como peatones queremos exigir que se penalicen estas infracciones cumplamos previamente con nuestras obligaciones y hagamos un buen uso de nuestra única posibilidad para atravesar una vía.