Es curioso.
Cuando, hace ya quién sabe cuánto, decidí embarcarme en este viaje
literario y virtual y adopté al héroe griego Odiseo como pseudónimo por
su valentía de enfrentarse a los dioses, por su ingenio y por su casi
eterno viaje por aguas del Mediterráneo, cómo iba yo a suponer que
ahora, un lustro después, iba a hacer su aparición una nueva y curiosa
similitud. ¿Conoce usted, amable lector, lo que le sucedió a Odiseo con
la maga Calipso? Sí, Calipso, aquella ninfa radiante de belleza que un
buen día engatusó a este viajante y lo retuvo durante varios años en su
isla sirviéndose de sus encantos y de otro buen manojo de placeres
materiales y espirituales. No me siento con el aplomo suficiente como
para culpar a Ulises, por utilizar su variante latina quizá más
conocida, por haber abandonado su interminable travesía plagada de
obstáculos y haber cedido a ese amplio y, por qué no, merecido receso.
Pero el viaje debía continuar. La Odisea merecía, sin duda, un final más hollywoodense y así nuestro admirado Odiseo prosiguió su marcha hacia su Ítaca natal.
Quizá,
querido lector, no sea usted tan sumamente observador como para
percatarse de la titánica diferencia temporal entre la anterior entrada y
la presente, y no le culpo, creo que no llegué a dejar a tantos fieles
apartados tras sucumbir a Calipso. Eso sí, si bien puede no ser
observador, de buen seguro que es usted lo suficientemente curioso como
para haber hecho ya ese cotejo de fechas y haber podido de tal forma
corroborar que no tendría yo ningún derecho a culpar al bueno de Odiseo
de su alto en el camino.
Pues
así me encuentro, pretendiendo emular a mi idolatrado personaje, con la
firme intención de retomar también mi odisea literaria, de seguir
navegando por los mares de la mente y de la ilusión. ¿Que qué me ha
hecho querer retomar este aislado y abandonado proyecto ya casi
olvidado? No lo sé. Quizá una situación, una frase, un pensamiento, una
persona, un gesto, un sonido, una canción, un sentimiento, una imagen.
Qué más da. ¿Realmente es necesario un motivo para levar anclas y
otorgar al viento permiso para que me sumerja de nuevo en las aventuras
que el destino me tenga reservadas?
Allá
vamos de nuevo, pues, girando el timón hacia un incierto destino, quién
sabe si para llegar a Ítaca, si para seguir deambulando por la
inmensidad marina, o si para avanzar escasas millas y desembarcar en
alguna isla vecina tentado por la diosa de turno, quedando de nuevo mi
pequeño rincón de la red dejado de la mano de Zeus. El tiempo, ese
eterno curandero, lo dirá.