jueves, 20 de septiembre de 2012

Morralla virtual

Hay ocasiones en las que uno lee un libro y acaba blasfemando contra él por su pésima calidad. A veces no se precisa ni realizar la lectura, basta con observar el título (en plan "memorias de la Pantoja" o "los cien mejores chistes de Arévalo") para pronosticar, con total éxito, la nula calidad de la obra. En todos estos casos se suele pensar, o al menos yo, que menudo gasto de papel inútil, que vaya árboles más tontamente sacrificados o que se podía aprovechar la tinta en cosas algo mejores. El caso es que esta misma sensación no se suele tener cuando uno ve el equivalente a estos "libros" pero en la red, una cantidad de lugares virtuales que bien podrían desaparecer y el mundo seguiría girando tan pancho.
Pero no solamente quiero hacer referencia a lo ridículo del contenido de algunas webs, que en efecto son para escupirle a la pantalla de nuestro ordenador, sino que quería hoy centrarme en el contenido superfluo de la red, en la colosal cantidad de material que se va copiando de un lugar a otro y que acaba por ocupar un porcentaje de la intranet que ni por asomo merece. Y para explicar, y a la vez probar empíricamente, mi teoría he querido realizar un pequeño experimento, el cual paso a exponer.
De todos es sabido que una de las páginas más recurridas a la hora del plagio descarado es Wikipedia. No voy aquí a indagar en la fiabilidad de sus contenidos (que podría), sino que simplemente deseo comprobar cuántas páginas comparten determinado contenido con esta enciclopedia. Para ello simplemente he realizado una búsqueda de algo suficientemente conocido, he copiado un párrafo considerable (no solamente dos o tres palabras) y he buscado en google cuántos resultados arrojaba con esos mismos vocablos y en ese mismo orden (con una búsqueda entrecomillada). En primer lugar he usado la entrada dedicada a Rafa Nadal y he copiado textualmente el siguiente párrafo:
Del mismo modo, también es el único tenista masculino de la historia que ha ganado en un mismo año (2010) tres Grand Slam en tres superficies distintas.
Pues bien, este texto de 27 palabras (google no permite, al parecer, buscar más de 32 palabras) y que contiene variedad gráfica (puntos, comas, paréntesis...) arroja la friolera de 3160 resultados. Casi nada. Si contamos todas las páginas que se han ido copiando unas a otras sin cambiar ni una coma obtenemos un total de 3160 webs (que serán 3161 cuando se publique esta entrada). A mí, personalmente, me parece una barbaridad que haya, de un plumazo, 3159 páginas que se podrían suprimir y la red no perdería información alguna.
Pero permítanme que no pare aquí, pues quizá a alguien le puede parecer que no son tantos esos resultados. Es posible que haya elegido una búsqueda algo particular, pues se trata de un personaje vivo y en activo, cuyos datos pueden ir cambiando con el tiempo. Hagamos lo mismo con alguien cuya vida, de buen seguro, ya no va a sufrir muchos cambios. Entremos en el apartado de Wikipedia dedicado a Mozart y seleccionemos un texto de 32 palabras, por ejemplo el siguiente:
En palabras de críticos de música como Nicholas Till, Mozart siempre aprendía vorazmente de otros músicos y desarrolló un esplendor y una madurez de estilo que abarcó desde la luz y la

Metemos el texto entre comillas en el buscador de google, le damos a buscar y... voilá! Nada más y nada menos que 137000 resultados (que ahora serán 137001). Miles de páginas de biografías o similares que han copiado sin delicadeza alguna el texto tal cual de otra web, sea Wikipedia u otra. En fin, si a algún lector le parecen pocos resultados 137000 yo ya abandono el blog y me dedico a la cría del escarabajo de la patata.

Quizá me salga levemente de mi temática, pero no me resisto a plasmar una de las anécdotas más curiosas en mi vida laboral como profesor. En cierta ocasión propuse a mis alumnos realizar un trabajo de ciertos matemáticos, investigar un poco sobre su vida y obra pensando, iluso de mí, que alguno iba a coger una enciplopedia o algún libro de consulta. Lo gracioso no es que descubriera, sin demasiada dificultad, que la mayoría de los trabajos eran un copy-paste de alguna página web, sino que uno de mis pupilos me entregó la web imprimida tal cual, con la publicidad de una línea erótica de contactos en el lateral incluída.
En definitiva, mi intención es promover la originalidad de lo que se publique, sea en una web o en un libro. No es pecado sacar algún dato, nombre o fecha de otras páginas, pero de ahí a calcar párrafos enteritos hay una diferencia más que notable. Como decía aquel anuncio de la tele, don't imitate, innovate.
 
 

lunes, 3 de septiembre de 2012

Depresión posvacacional

Somos muchos los que en estos comienzos de septiembre finalizamos nuestros periodos vacacionales y hemos de volver a nuestra rutina laboral. Las noticias y los telediarios, seguramente, comenzarán a hablar de ese síntoma que llaman "depresión posvacacional". Yo soy uno de los que vuelvo al trabajo en estos días y, aunque no creo llegar al nivel de depresión, sí que me invade un pequeño bajón moral. Se me pasa pronto, en un par de días, pero hasta entonces no dejo de echar de menos esos días de no madrugar, de tener tiempo libre para retomar viejas aficiones o, simplemente, de descansar.

Sé que puede resultar un poco egoísta quejarme de este retorno laboral cuando hay mucha gente que no tiene un trabajo al que volver, pero uno no puede controlar sus propias sensaciones, sería una completa falta de sinceridad decir que estoy deseando retomar, en mi caso, las pizarras, los papeles, los libros... Eso sí, tampoco me asusta esta sensación, desde bien pequeño me cuesta horrores la "vuelta al cole", tanto en el propio colegio como en el instituto o en la universidad. Por eso, sé de sobra que en unos días desaparecerá este bajón.

En fin, no pretendo aburrir a nadie con mis penas, pero, como dice un sabio dicho del pueblo español, "mal de muchos, consuelo de tontos". El saber que hay mucha gente en las mismas circunstancias y con las mismas pocas ganas que yo de volver al curro parece que me alivia un poco. Por eso esta entrada, simplemente para que podamos desahogarnos conjuntamente todos los que finalizamos nuestro recreo y vamos sin ninguna gana y con cara de asco el primer día de vuelta. Por eso, no os cortéis y permitidme que sea un firme hombro para que lloréis esta conclusión del periodo estival. ¿Tenéis también vosotros este pequeño bajón o lo lleváis mejor?

martes, 21 de agosto de 2012

Extremismos publicitarios

Hoy tengo intención de hablar de la publicidad en la televisión, eso que tantos de nosotros hemos maldecido en un sin fin de ocasiones. Y es que, como en tantas otras situaciones, qué difícil resulta buscar el punto intermedio de las cosas. Parece que siempre tenemos que elegir entre el blanco o el negro, cuando resultaría tan bonito poder optar por el gris azulado. En televisión ocurre eso mismo, o bien nos resignamos a zamparnos cortes de veinte minutos en lo más interesante de nuestros programas o películas favoritos, o bien nos los tenemos que tragar de golpe y sin un mísero minuto de descanso.

Por una parte tenemos las cadenas privadas, las que rivalizan por ver cuál de ellas nos bombardea con mayor efectividad y durante mayor tiempo. A veces no nos damos cuenta, pero hay ocasiones en que durante cada hora de programación emiten más de veinte minutos de secuencias propagandísticas, lo cual viene siendo una tercera parte de la emisión. No creo que yo sea el único que, cuando acaba este eterno periodo de anuncios, ni se acuerda de qué diantres estaba viendo. Además, últimamente tienen la poca vergüenza de comprar nuestra permanencia en ese canal poniendo avisos de “volvemos en seis minutos”. ¿Realmente les parecen pocos seis minutos de anuncios? Hombre, comparados con las dos decenas que nos colocan habitualmente, seis minutos no son nada, pero tampoco me parece algo de lo que enorgullecerse. Además, dicho sea de paso, esos minutos que, según ellos, debemos esperar, nunca son exactos, siempre son, como mínimo, cuarenta segundos más de lo que dicen. No es que sea demasiado el error, pero, qué quieren que les diga, no me hace ninguna gracia que me tomen por tonto.

Y, aunque no sea el tema principal que pretendía tratar, aprovecharé para criticar la simultaneidad de los cortes en las cadenas del mismo grupo. Cuando la cadena principal pega el corte, lo tienen que hacer también todas las asociadas. Lo gracioso es que dan paso a la publicidad donde toque, cortando escenas, estropeando frases e, incluso, en medio de un opening. Además de quedar de lo más cutre, creo que resulta perjudicial para los propios canales, pues los que tenemos la sana costumbre del zapeo en estas interrupciones nos saltamos olímpicamente el resto de canales de la familia, sabedores de que su contenido será el mismo que estábamos viendo antes de comenzar nuestro desplazamiento dactilar por el mando. En fin, ellos sabrán.

En contraposición a estas reiteradas quejas viene en nuestro rescate la televisión pública con la flamante teoría de que algo que se haga llamar público no debe tener relación alguna con empresas privadas. Dicho esto, desde hace unos años quitaron tajantemente la publicidad de estas cadenas. Aquí ya podemos encontrar una amplia diversidad de opiniones. Yo les voy a exponer aquí la mía.

Por un lado, las quejas anteriormente mencionadas, creo, no iban contra la publicidad, sino contra el exceso de ésta. A mí, personalmente, no me molesta algún minutito suelto en mitad de una emisión por si me apetece ir a beber agua o atender algún asunto pendiente con el señor Roca. Pero vamos, que para eso me basta con un par de minutos, incluso suponiendo que la reunión con don Roca se alargase algo más de la cuenta. Imagínense, hace unos meses pusieron Lo que el viento se llevó sin cortes. Cuatro horas en las que, o bien aguantas cualquier tipo de necesidad que tu cuerpo te requiera, o te resignas a perderte parte de la película.

Añadido a esto tenemos la pérdida de una importantísima fuente de ingresos para subvencionar toda la programación, quedando todo a expensas del dinero público que, como todos sabemos, es más bien escaso. Si en España sobrara el dinero y no supiéramos qué hacer con él, pues quizá podríamos permitirnos tranquilamente ese lujo, pero me temo que no es el caso.


Y, por último, no se han suprimido por completo los cortes en estos canales. Entre programa y programa siempre cae algún “volvemos en dos minutos”, pero que se limitan a promocionar sus propias series, programas o, incluso, algún disco o libro patrocinado por ellos mismos. Absurdo, pues uno se pregunta: ¿qué interés tienen en publicitarse a ellos mismos? La respuesta posible sería el interés por el aumento de la audiencia. Ahora bien, ese interés de una cadena por su audiencia solamente es justificable cuando una empresa privada, interesada en estropearnos una película intercalándose entre sus fotogramas, busca invertir en el canal con mejor audiencia para rentabilizar mejor su inversión. Pero si recordamos que nuestras cadenas públicas no emiten anuncios privados, queda anulada esta teoría y a un servidor lo dejan sin saber qué pensar. En el caso de los blogueros, que publicamos sin ningún ánimo de lucro, tenemos la propia satisfacción personal, ese pequeño cosquilleo que nos invade cada vez que vemos que tenemos un nuevo seguidor o que alguien ha comentado una entrada de nuestro rincón, pero dudo mucho que los dirigentes de estas cadenas busquen algo distinto a ese poderoso caballero que es don dinero.

En resumen, y al igual que empecé, defiendo la búsqueda del punto intermedio, de ese color que está entre el blanco y el negro, que la mayoría de veces no son las cosas en sí las que son malas, sino su exceso. Anuncios sí, pero sin agobiar. Ya lo decían los griegos: μήδεν άγαν, esto es, “nada en exceso”. 

sábado, 4 de agosto de 2012

Pasión nacional forzada

Quería comenzar esta entrada felicitando, de forma virtual y sin ninguna esperanza de que estas líneas lleguen a sus ojos, a Roger Federer por su victoria en Wimbledom el pasado mes de julio. Es un deportista al que admiro bastante, tanto como persona, por su humildad y su simpatía, como tenista, por su elegancia y su saber ganar y perder. Me alegré tanto por su victoria sobre Djokovic como por su vuelta al número uno del ranking de la ATP después de mucho tiempo. Así pues, si lees esto, Roger, te doy mi más sincera enhorabuena; si no lo lees, al menos me quedo con la conciencia tranquila.

Este ligero goce interno me hizo reflexionar sobre la cuestión que me dispongo a tratar, vaya por delante que de forma exclusivamente deportiva, y es ese innato patriotismo que nos invade cada vez que vemos un partido. Parece que estamos obligados, por el mero hecho de haber nacido en determinado país, a apoyar incondicionalmente a cualquiera que comparta nuestra nacionalidad y a desear a toda costa su éxito. Bien pensado, esto condiciona de alguna manera nuestra libertad de pensamiento, ya que da la impresión de que velar por el triunfo de cualquier deportista o equipo de otro país está mal visto. A lo sumo se nos permite opinar bien y recompensar con halagos, pero sin pasarnos, a atletas naturales de lugares lejanos a nuestra querida patria, pero nunca desear que superen a nuestros ídolos nacionales. Quedaremos perfectamente mientras nos restrinjamos a frases como “¡Qué bueno es Federer!” o “¡Vaya revés tiene el tío!”, pero que a nadie se le ocurra decir nada del tipo “Esperemos que en este partido le gane a Nadal”, porque en ese caso seremos tachados inevitablemente de antipatriotas.

No hay que confundir mis palabras con el deseo de que nuestro equipo sea el mejor, practique un juego bonito y nos haga disfrutar. Una cosa es apoyar a alguien porque realmente lo consideramos bueno en su especialidad y otra muy distinta es basándose únicamente en su lugar de nacimiento. De sobra es sabido que cuando se ha enfrentado una selección española (de cualquier deporte) ante otra, siempre hemos deseado que venciera la nuestra, aunque el otro equipo esté resultado netamente superior y con mucha más calidad. Quizá sea un servidor el raro, pero no acabo de entender ese apoyo incondicional basado exclusivamente en la nacionalidad. La magnitud del deporte, pienso, se disfrutaría mucho mejor sin estos fanatismos injustificados. Se puede desear que nuestro paisano juegue mejor, pero, si no es así, no veo motivo para no disfrutar del juego ajeno y alegrarse por ello. Comprendo que el aliciente y la tensión con la que se vive un partido es mucho más motivadora cuando se desea la victoria de uno de los contendientes. Ahora bien, es importante aprender a aceptar una superioridad en cuanto a calidad en el juego, no solamente para poder considerarse un buen perdedor, sino para saborear y exprimir todo lo que nos ofrece esta sana afición que es el deporte.

Unas sensaciones muy similares se me presentan cuando cada año, regular y puntualmente, veo el Festival de Eurovisión. La televisión pública y otros medios de comunicación se empeñan en obligar a nuestros autónomos subconscientes a que han de ansiar el éxito del intérprete español a toda costa. Parece que fuera un crimen el hecho de que a un buen españolito le pueda gustar más cualquiera de las veintitantas canciones restantes y, como jueces justos que pretendemos ser, esperamos ver salir triunfantes a ese cantante que nos ha puesto los pelos de punta por encima de la canción española que apenas nos ha llegado.

Es por esto que me gustaría que, si nos consideramos buenos aficionados a cierto deporte o a cualquier espectáculo subjetivo, no nos rijamos sólo por la ubicación del club o la natalidad del artista, sino que intentemos valorar los méritos puramente profesionales de cada cual y, posteriormente, nos decantemos por nuestro favorito. Yo, por mi parte, me defino sin miedo como un fiel defensor del tenis de Federer por encima del de Rafa Nadal.


viernes, 27 de julio de 2012

Reto de acrósticos

Desde Café de Menta hemos tenido la idea de proponer un reto a todo aquel que esté dispuesto a confeccionar un acróstico con el nombre de su blog. Las reglas son muy sencillas, las podéis leer en la entrada dedicada a este reto. Yo, por mi parte, ya hice hace algún tiempo un acróstico presentando el nombre de este humilde blog, que podéis ver aquí. Podéis observar que he colocado en el sidebar (a la derecha) el banner correspondiente.

Como en todo reto que se precie hay un premio (además de la propia satisfacción personal de haber construido este complejo recurso literario), y es un diploma conmemorativo y personalizado que, por supuesto, yo ya tengo. Aquí lo tenéis:

Haz click en la imagen para agrandarla

¿Qué? Es chulo, ¿verdad? Pues nada, quien quiera uno solamente tiene que apuntarse al reto pinchando aquí. ¡Ánimo, que no es tan difícil!


sábado, 21 de julio de 2012

Cercenaduras educativas

Pensaba titular esta disquisición con las palabras “Recortes educativos”, pero como este primer vocablo no tiene a día de hoy ni una sola connotación positiva he pensado que cualquiera que leyera ese encabezado me iba a mandar de forma instantánea a freír morcillas, así que he buscado en los sinónimos del Word (sí, todos lo hemos hecho alguna vez, que nadie me lo niegue) y me ha salido la palabra cercenadura. No la conocía, así que de golpe he conseguido un enunciado algo más original y, de paso, aprender una palabra nueva, que nunca está de más. En cualquier caso lamento decir que sí, en efecto, tengo la intención de hablar (brevemente) de recortes.

Mi única intención es proporcionar al lector un punto de vista desde uno de los afectados, un profesor de secundaria. Quiero aclarar, antes de nada, que esto será una opinión de una única persona, uno de los varios miles de profesores y maestros que, de momento, hay en este país, aunque, sinceramente, creo que no seré el único con esta particular visión.

Se ha oído mucho de las quejas del gremio y da la impresión de que nuestra preocupación primordial es el sueldo, que solamente nos afecta el dinero y que no nos toquen la nómina. O también que hemos de impartir más horas de docencia y no nos quedará tiempo para tomarnos el café de media mañana. Quizá no me crean, pero aseguro que esos son los menores de mis recelos. No digo que no me importe, pues sería del género idiota elegir cobrar menos y trabajar más pudiendo ser al revés, pero son infinitamente más relevantes las pésimas condiciones que está adquiriendo uno de los pilares fundamentales de cualquier sociedad: la educación.

Lo que mucha gente desconoce es que existen otras muchas medidas que a quienes afectan es a los propios estudiantes. Se aumenta el número de alumnos por aula, se prescinde de una amplia cantidad de horas de apoyos y refuerzos para los chicos con más dificultad, se mete la tijera en adquisición de materiales, libros, bibliotecas, informática, fotocopias... Podría seguir pero creo que sobran explicaciones. Lo que quiero decir y sentenciar es que los que van a recibir la peor parte de todo este sistema de intentos de mejorar España son ellos, sus hijos, nietos, hermanos, sobrinos. Hablando por mí, afirmo sin que me tiemble la voz (o los dedos tecleando) que hago todo lo que está en mis manos por poder transmitir a cada uno de mis pupilos mis básicos conocimientos; y las escasas horas de que he podido disponer entre clase y clase, a las que añado otras muchas en casa, han ido siempre destinadas a preparar sesiones, ejemplos, ejercicios, exámenes..., todo siempre en beneficio del alumno.

Ahora bien, si, por ejemplo, me restringen brutalmente el número de fotocopias de que puedo  disponer, ¿de qué me sirve preparar tres completas caras de ejemplos y ejercicios resueltos si el riesgo de pasarme del cupo permitido me va a imposibilitar entregar un ejemplar a cada escolar? De nada servirán ahora las nuevas tecnologías, la apasionante posibilidad de proyectar o trabajar de forma virtual los contenidos será ahora una utopía por falta de computadoras o de proyectores. Por no hablar de esos alumnos que no pueden (o no quieren) seguir el ritmo de la clase. Hasta ahora, en determinadas materias, había profesores que podían tratarlos aparte; ahora, me temo, tendremos que estar en clase con 35 ó 40 chicos, algunos con un nivel normal, otros con ganas pero sin nivel, otros sin ganas y otros sin tan siquiera dominar el idioma. No seré yo quien tire la toalla, seguiré exprimiéndome al máximo para intentar inculcar en esas 35 ó 40 cabecitas todo lo que pueda, pero cualquiera entenderá que no puedo garantizar el éxito.

No nos podemos olvidar de que, de aquí a unos años, de estas aulas deberán salir no solamente los médicos que nos curen y los arquitectos que construyan nuestras viviendas, sino también el mecánico que arregle nuestro viejo vehículo o el fontanero que repare ese conducto atascado en el lavabo. Quizá suene a tópico, pero no se puede pretender que una semilla origine un árbol que proporcione buena fruta si no se ha regado y abonado de forma adecuada.

Así pues espero que el amable lector que haya perdido cinco minutos de su valioso tiempo leyendo estas reflexiones, cuando escuche quejas, manifestaciones y reivindicaciones varias por parte de nuestro gremio, no nos tache radicalmente de peseteros y egoístas de buenas a primeras ni nos haga el blanco de sus dardos. Entiendo perfectamente que quien está en el paro y le cuesta llegar a fin de mes vea, a bote pronto, infundadas nuestras críticas, pero espero que la gente pueda entender que existen muchos profesores que están realmente preocupados por la preparación de las generaciones venideras. O al menos uno.

lunes, 16 de julio de 2012

Yo reciclo, tú reciclas, ¿él recicla?


Vaya por delante, antes de que ninguna mente perversa y ávida de criticar tenga tiempo de reaccionar negativamente, que soy el primero que comprende, apoya y defiende el concepto del reciclaje. Y jamás, repito, jamás me verá nadie apoyarme en acciones inmorales ajenas para justificar las mías propias. Ya que solemos quejarnos cuando nos introducen en una comparativa en la que somos netamente inferiores, no vayamos ahora a meternos nosotros mismos en confrontaciones por el mero hecho de sentirnos en ventaja.

Dicho esto paso sin demora a tratar el tema con el que presento la entrada, la archiconocida y repetida durante los últimos años importancia por reciclar. Es cierto que nos estamos cargando este castigado planeta donde habitamos, es cierto que no pensamos en las consecuencias de nuestros actos, es cierto que nos olvidamos de la cantidad de árboles precisos para que ese paquete de folios que hay sobre el escritorio haya llegado hasta ahí. Por tanto, el primer mensaje que deseo transmitir es reiterar este hecho fundamental en la correcta conservación del planeta.

Ahora bien, una vez todos nosotros, los ciudadanos de a pie, nos hemos comprometido a interceder por el medio ambiente y colaborar en la medida de nuestras posibilidades, estamos en disposición de preguntarnos quién o quiénes tienen un mayor porcentaje de responsabilidad en el cuidado de nuestra naturaleza. Habría que encargar un estudio exhaustivo para dar un dato fiable, pero, a ojo de buen cubero, apostaría a que lo que está a nuestro alcance, como separar papel, vidrio y plástico del resto de basura, no supone ni el veinte por ciento de las posibilidades globales. A continuación les pondré en una situación que de buen seguro a muchos les resultará un tanto familiar.

Llegados a la caja menos concurrida de nuestro hipermercado habitual (que luego, infaliblemente, resultará ser la más lenta), cuando al fin comienza a pasar nuestra compra la simpática cajera, con una fingida sonrisa de oreja a oreja, nos pregunta si vamos a necesitar bolsas para llevar toda nuestra compra. ¡Mierda! Hemos olvidado por completo que cobran las bolsas. Sí, es cierto que son escasos céntimos lo que nos va a cobrar por ellas, pero sigue sin dar ningún gusto abonarlos. Solicitamos a la chica que nos proporcione dos o tres bolsas, a la vez que lanzamos unos comentarios en un tono simpático pero con un trasfondo evidente de queja por esa nueva normativa. La cajera, adoptando una recién adquirida actitud ecologista y con el mismo tono simpático que ha recibido, nos explica amablemente que el centro quiere luchar contra el uso desmesurado de plástico. Nada convencidos pero resignados cerramos la boca y comenzamos a embolsar.

Lo paradójico del asunto es que mientras preparamos nuestra compra para llevarla a casa nos damos cuenta de que las magdalenas, esas que llevamos comprando toda la vida, vienen envueltas de forma individual. Esto sí que es un gasto inútil de plástico, pensamos. Y, sacando a relucir interiormente nuestro espíritu naturalista, nos proponemos que, en la próxima compra, cambiaremos de marca de magdalenas. Todo sea por el planeta.

Pasan los días y de nuevo nos encontramos en el pasillo de la repostería llenando el carro. No hemos olvidado nuestra promesa, así que echamos un vistazo rápido a todas las marcas de magdalenas que hay en la estantería. La sorpresa no es pequeña cuando descubrimos que la inmensa mayoría de estos productos van envueltos de forma individual, o, a lo sumo, de dos en dos. Solamente visualizamos una marca que no lo hace así, y casualmente resulta ser esa marca que catamos hace un tiempo y que sabía a pies. Decidimos darle otra oportunidad y volver a comprarla, para que no se diga que no somos persistentes en el cuidado del medio ambiente.

Pero seguimos avanzando pasillos con nuestra garabateada lista de la compra en la mano y, al ser ahora más observadores, vemos que los mondadientes también van envueltos de uno en uno, que el pan de molde lleva dos capas de bolsa, que el queso en lonchas lleva una lámina entre cada una para  su mejor despegue, que los formatos pequeños de ciertas conservas vienen agrupados de tres en tres con una envoltura plástica... En fin, seguro que más de uno sería capaz de darme varios ejemplos añadidos de situaciones similares.

Uno se queda con cara de pringado y piensa que si el centro comercial está tan concienciado con el medio ambiente, ¿por qué no exige a sus marcas que se apliquen el cuento? Obviamente el centro no está dispuesto a perder ventas, así que quizá lo intente, pero si la marca es buena y les proporciona ganancias no la va a apartar de sus lejas por más que no se comprometa con el planeta.

martes, 10 de julio de 2012

Las consecuencias de la fama


Después del recurrente bombo que se ha dado con la Eurocopa, con “la roja” y con el fútbol en general no creo que a nadie le interese la opinión de un servidor sobre el juego de las distintas selecciones, por lo que me había propuesto no tratar el tema en el blog. No sufran, no he cambiado de opinión. Simplemente reconozco que la inspiración me ha venido de dicha competición y, sobre todo, de los comentarios que ésta ha provocado en media España. En concreto han tenido casi tanta repercusión como el propio deporte los desafortunados comentarios de cierta periodista de cierta cadena, novia de cierto portero de cierta selección que viste de rojo. Imagino que todos sabrán de quién hablo (o escribo); si no es así, lo siento, pero en mi opinión no se merece que mis trabados dedos tecleen los caracteres de su nombre sobre esta entrada. En cualquier caso ese nombre y ese apellido no son relevantes para la idea que les quiero transmitir.

El caso es que dicha persona ha sido centro de innumerables burlas en diversas redes sociales, o al menos ese es el dato que ha llegado a mis oídos, pues soy francamente poco asiduo a esos sitios virtuales. Mas no se confundan, no es esto lo que tengo intención de atacar, es más, si acaso apoyaría que el sentido del humor sea el común denominador de cualquier opinión o crítica que haya que dar. Pero parece ser que no todo el mundo opina así; es más, hay quien parece haberse sentido infinitamente más ofendido que la susodicha “periodista” y la ha defendido a capa y espada cual si le fuera la vida en ello. Que si todos comentemos errores, que si nadie es perfecto, que si no se valora el trabajo de la gente,... Sí, hombre, hasta ahí estamos todos conformes, pero...

Ya, ya lo tuvieron que decir. Que se la critica con especial saña por ser además un personaje popular. Especialmente popular desde que sale con ese cierto portero con el que se besó en directo en cierta final de cierto mundial. No negaré que esperaba esa justificación, no me pilla de sorpresa que se amparasen en esa excusa para solicitar que se busque otro objetivo a quien apuntar. Ante estos intentos de desvíos de punzadas verbales o escritas quisiera puntualizar un par de cuestiones.

Por un lado, si los errores existen no veo nada de malo en darlo a conocer. Que todos los cometemos es un hecho más que evidente, pero eso no debe ser un amparo, un refugio donde no nos moje la lluvia de críticas, insultos o acusaciones. Si un médico yerra al operar a un paciente y el resultado de la intervención no es satisfactorio no creo que el afectado diga: “No pasa nada, todo el mundo se equivoca”. Y esto es extrapolable a cualquier oficio; en unos los fallos se pagan más caros, en otros son fácilmente subsanables, pero no debemos barrerlos bajo la alfombra y hacer como si nada hubiera pasado.

Pero quizá lo que realmente me revienta de estos comentarios es cuando se menciona que las malas lenguas van más afiladas por el hecho de tratarse de alguien famoso, y cuando digo famoso me quiero referir a una fama lograda por hechos ajenos (al menos de forma directa) a su trabajo. Con todo no voy a negar esa afirmación; es completamente cierto que ante los personajes populares todo se magnifica, tanto las palabras de apoyo y agradecimiento como los cuchillos verbales. Pero eso, pese a quien le pese, es lo que corresponde, es el precio que hay que pagar por esa fama y la multitud de consecuencias positivas que conlleva. Si un humilde profesor de instituto se equivoca al corregir un examen tendrá críticas, mas podrán ser a lo sumo veinte o treinta y de buen seguro nunca será trending topic, jamás equiparable a los miles de twits que recibirá un desliz no tan anónimo, más aun si resulta divertido para el público. Como digo, es un anexo inseparable del concepto de famoso que el popular individuo tendrá que aceptar si pretende seguir disfrutando de esa selecta condición en la que se encuentra inscrito.

¿Merece la pena pagar ese precio por poder llevar colgada la etiqueta de “famoso”? ¿Las incesantes y molestas hasta grado extremo críticas compensan suficientemente las ventajas que esa condición aporta? No me considero en disposición de contestar a estas preguntas por mi situación de anonimato, así que no lo haré. Lo que sí que puedo afirmar sin miedo es que muchas deberían de ser esas ventajas, y no sólo económicas, para que yo aceptara, caso de tener la ocasión, entrar en el selecto grupo de la fama.

lunes, 2 de julio de 2012

Españoles por...

Sé que si me pusiera a criticar (en el mal sentido de la palabra) toda la programación televisiva actual me faltaría blog (y hasta memoria virtual en toda la intranet) para despotricar contra todo eso que se hace llamar, muy acertadamente, “telebasura”. No lo haré, tranquilos, pero sí que me gustaría disertar brevemente sobre una rama de la programación de casi cualquier canal cada día más extendida que son los famosos programas en plan “españoles por el mundo”. 

La primera crítica reside en el plagio descarado, en la copia evidente que se van realizando unos programas de otros. Eso no es nada nuevo. Cada vez que sale un programa o serie con relativo éxito no tardan ni  unas semanas en comenzar a emitir en la parrilla televisiva doscientos programas que, quizá cambiados de nombre y con un enfoque que pretende disimular el obvio calco, son imitación casi intacta del original. Mismo perro con distinto collar. Eso es lo que ha ocurrido con esta familia de elementos del mismo grupo. No he tenido el menor interés por averiguar cuál fue el original y cuáles los sucedáneos, pero lo que es evidente es que la familia crece cada día más. Aparte del archiconocido “Españoles en  el mundo”, han llegado a mis oídos (que no a mis ojos) títulos  como “Madrileños por el mundo”, “Andaluces por el mundo”, “Murcianos por el mundo”, “Destino: España”… Incluso aquello que José Mota anunciaba hace un par de años a modo de parodia de “Españoles por España” parece que ya ha sido llevado a cabo, con otro nombre menos ridículo pero con la misma esencia, como “Conectando España”. Y de buen seguro que cualquiera que pase ante la caja tonta algún rato más que yo al día sería capaz de mencionarme dos o tres títulos más bajo los que subyazca la misma esencia. En fin, que ya no solamente se plagia el programa sino que ni tan siquiera se molestan en buscar un nombre que oculte la evidencia de la inspiración. 

En cualquier caso, si al menos la idea del formato fuera algo más atractiva, incluso estaría dispuesto a perdonar tanta fotocopia (¡si será por ciudades en el mundo!). El problema es que ni los propios fundamentos de dichos programas son, en mi humilde opinión, aptos para explotarlos hasta límites infinitos. Me explico. No es que me parezca mal la idea de mostrar al ciudadano de a pie lugares y ciudades desconocidas para él y que, quién sabe, el destino le puede deparar algún día. No les voy a mentir, solamente he visto dos o tres ediciones de algunos lugares que iba a visitar de forma inminente, en la ilusa idea, oh pobre de mí, de sacar alguna sugerencia nueva que no me hubiera aportado previamente mi escueta guía de viaje o Wikipedia. Eso sí, pude apreciar con todo detalle la casa del españolito inmigrante, su trabajo y la cafetería donde se toma el croissant cada mañana, datos fuertemente relevantes para mis devaneos por el mundo (léase irónicamente). Quizá sería cuestión de contabilizar el tiempo exacto en el que se nos muestra la ciudad en cuestión y el dedicado a la vida privada del improvisado presentador, a mostrarnos a su cónyuge, a sus hijos, a la suegra y al primo que fue de viaje solamente para salir en la tele. 

Remitiéndonos a las pruebas, es de suponer que este enfoque debe proporcionar algo novedoso y atrayente, pues desde que tengo uso de razón vienen poniendo documentales en La 2, muchos de ellos de ciudades o países, y jamás han tenido un índice de audiencia que se acerque ni levemente a cualquier “Españoles por el mundo” o “Villarribenses por la Conchinchina”. ¿Cuál es la clave? ¿Los horarios de emisión? ¿Si se emitieran los documentales de La 2 a las diez de la noche los vería tanta gente? ¿O es que tanto nos tira cotillear en la privacidad ajena, aunque sean completamente desconocidos? Supongo que seguiré en mi duda, como seguiré sin explicarme las audiencias escandalosas de determinados programas que “¡Por favor, Sálvame!” Dios de verlos. ¡Incomprensible cerebro humano! En fin, mientras los directores de las cadenas se forran a base de meternos hasta en la sopa programación absurda de bajísimo presupuesto, permítanme que siga maltratando mi intelecto viendo los documentales de La 2.

sábado, 30 de junio de 2012

Retomando el timón...

Después de dos largos años con Calipso, apartado de mi ruta correcta, me decido a retomar mi viaje a Ítaca. Quién sabe cuánto aguantaré, quién sabe si las endemoniadas sirenas, el cíclope Polifemo o la cerda de Circe me volverán a hacer parar mi marcha; las ganas de escribir y el tiempo libre van y vienen sin previo aviso y todo lo que a día de hoy me siento pletórico y entusiasmado por plasmar letras y letras en este mi rincón virtual, puede que de la noche a la mañana las musas me abandonen (o se vayan de vacaciones, como diría Serrat) y vuelva a aparcarlo. No sé. De momento, hagamos caso a la intuición de que seguiré mucho tiempo con ánimo de proseguir comentando mis ideas, pensamientos y desvaríos varios.

Asimismo he decidido compartir el escaso talento que a veces asoma por mi mente con otro blog, Café de Menta, un blog donde cabe todo (hasta mis asiduos disparates) y al que espero le concedáis una oportunidad de ser visualizado en vuestro monitor. Libros, películas, música, juegos,... todo vale. Os espero, mis fieles navegantes, tanto en el viejo Navegando con Odiseo como en el recién nacido pero con ganas de comerse el mundo Café de Menta. ¡Vamos, rumbo a Ítaca!