jueves, 11 de marzo de 2010

Día internacional de...

Con los restos del día internacional de la mujer trabajadora aún colgando en nuestras cabezas me dispongo a tratar sin piedad alguna por mi parte el asunto de este tipo de jornadas tan atractivas ante los ojos del pueblo. Eso sí, voy a adelantarme a posibles malvados ojos clavados sobre mi ser proclamando a los cuatro vientos mi total respeto y apoyo a las féminas trabajadoras, a la igualdad de oportunidades entre sexos y, en general, a la mayoría de temas destinatarios de este día propio en el calendario. Mi feroz crítica nunca irá dirigida a ellas, ni a la lucha contra el SIDA, ni a las madres y padres del mundo. El único destinatario de mis disquisiciones es ese momento, esa fecha con nombre y apellidos que nos recuerdan sin cesar todos los medios de comunicación durante una semana a la redonda.


Aparece ahora en mi memoria una curiosa escena transcurrida hace justo una década, en el año 2000, año que fue declarado, no sé por quién, el año mundial de las matemáticas. Siendo yo pleno estudiante de esa licenciatura, me resultó inevitable sentir cierta infantil ilusión a causa de estar metido de lleno en la materia de moda en todo el planeta. Pero lo anecdótico y lo que grabé en mis recuerdos universitarios fue la sentencia de un veterano profesor que por ese entonces impartía en mi grupo Topología de superficies. “Cuando se dedica un día internacional a algo, es que ese algo va mal. Pues imaginaos cuando se dedica un año entero”, fueron sus palabras con las que zanjó cualquier tipo de debate.


Por desgracia, tenía mucha razón. Estos cansinos “días de” no son más que intentos desesperados de sacar a flote algo que se hunde irremediablemente hasta las profundidades abismales. Pero, como en casi todo en esta vida, la solución rápida y directa suele ser siempre la más ineficaz y propensa a rehacer el problema, en ocasiones hasta con mayor intensidad. No me pueden negar que, en su etapa estudiantil, acudieron ustedes a algún que otro examen sin más preparación que la adquirida la tarde anterior. Los resultados solían ser o nefastos en cuanto a nota se refiere, o aceptables en este sentido pero nulos en cuanto a conocimientos asimilados, pues se olvidaba todo escasas horas después de finalizar el control. (Hoy en día esas cosas son impensables. Actualmente la juventud no estudia ni siquiera esa tarde). Esto no es más que una pequeña muestra de mi tajante afirmación: las soluciones rápidas y momentáneas nunca llevan a buen puerto.


Como les decía, soy el primer partidario de luchar por conseguir la igualdad total entre hombres y mujeres, pero lo que me indigna y califico de vergonzoso es que desde los altos cargos se nos pretenda hacer callar con un simple “día de”. No me quedaré convencido de que se está trabajando en esto hasta que no se comience a tratar el problema desde su raíz, con una buena perspectiva a largo plazo. Personalmente no tengo prisa. Esta desigualdad data de varios miles de años, así que puedo esperar pacientemente algún año más si la finalidad lo merece, pero es preciso visualizar un camino correcto. Jamás verán un corredor de maratón esprintando durante los primeros kilómetros, sería del género idiota. Lo importante es mantener un ritmo adecuado y constante para alcanzar firmemente el ansiado final. El problema es que ahora mismo lo que yo veo son días de acelerones alocados, pero luego meses de irremediable inmovilidad, y así difícilmente cruzaremos la línea de meta.


Sé de buena fe que no se puede acabar con estas llamativas y publicitarias jornadas de un plumazo, y no voy a negar que es digno de elogio recordar durante veinticuatro breves horas aspectos ciertamente relevantes del mundo en que nos toca vivir, pero más elogiable aún sería si tuviéramos esos mismos conceptos presentes durante todo el año y lucháramos por ellos por nuestra propia voluntad, sin que una inscripción bajo la fecha de nuestro calendario de pared nos ordene cómo hemos de actuar durante la consabida jornada.

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