Pensaba titular esta disquisición con las palabras “Recortes
educativos”, pero como este primer vocablo no tiene a día de hoy ni una sola
connotación positiva he pensado que cualquiera que leyera ese encabezado me iba
a mandar de forma instantánea a freír morcillas, así que he buscado en los
sinónimos del Word (sí, todos lo hemos hecho alguna vez, que nadie me lo
niegue) y me ha salido la palabra cercenadura. No la conocía, así que de golpe
he conseguido un enunciado algo más original y, de paso, aprender una palabra
nueva, que nunca está de más. En cualquier caso lamento decir que sí, en
efecto, tengo la intención de hablar (brevemente) de recortes.
Mi única intención es proporcionar al lector un punto de
vista desde uno de los afectados, un profesor de secundaria. Quiero aclarar,
antes de nada, que esto será una opinión de una única persona, uno de los
varios miles de profesores y maestros que, de momento, hay en este país,
aunque, sinceramente, creo que no seré el único con esta particular visión.
Se ha oído mucho de las quejas del gremio y da la impresión
de que nuestra preocupación primordial es el sueldo, que solamente nos afecta
el dinero y que no nos toquen la nómina. O también que hemos de impartir más
horas de docencia y no nos quedará tiempo para tomarnos el café de media
mañana. Quizá no me crean, pero aseguro que esos son los menores de mis
recelos. No digo que no me importe, pues sería del género idiota elegir cobrar
menos y trabajar más pudiendo ser al revés, pero son infinitamente más
relevantes las pésimas condiciones que está adquiriendo uno de los pilares
fundamentales de cualquier sociedad: la educación.
Lo que mucha gente desconoce es que existen otras muchas
medidas que a quienes afectan es a los propios estudiantes. Se aumenta el número
de alumnos por aula, se prescinde de una amplia cantidad de horas de apoyos y
refuerzos para los chicos con más dificultad, se mete la tijera en adquisición
de materiales, libros, bibliotecas, informática, fotocopias... Podría seguir
pero creo que sobran explicaciones. Lo que quiero decir y sentenciar es que los
que van a recibir la peor parte de todo este sistema de intentos de mejorar
España son ellos, sus hijos, nietos, hermanos, sobrinos. Hablando por mí,
afirmo sin que me tiemble la voz (o los dedos tecleando) que hago todo lo que
está en mis manos por poder transmitir a cada uno de mis pupilos mis básicos
conocimientos; y las escasas horas de que he podido disponer entre clase y
clase, a las que añado otras muchas en casa, han ido siempre destinadas a
preparar sesiones, ejemplos, ejercicios, exámenes..., todo siempre en beneficio
del alumno.
Ahora bien, si, por ejemplo, me restringen brutalmente el
número de fotocopias de que puedo
disponer, ¿de qué me sirve preparar tres completas caras de ejemplos y
ejercicios resueltos si el riesgo de pasarme del cupo permitido me va a
imposibilitar entregar un ejemplar a cada escolar? De nada servirán ahora las
nuevas tecnologías, la apasionante posibilidad de proyectar o trabajar de forma
virtual los contenidos será ahora una utopía por falta de computadoras o de
proyectores. Por no hablar de esos alumnos que no pueden (o no quieren) seguir
el ritmo de la clase. Hasta ahora, en determinadas materias, había profesores
que podían tratarlos aparte; ahora, me temo, tendremos que estar en clase con
35 ó 40 chicos, algunos con un nivel normal, otros con ganas pero sin nivel, otros
sin ganas y otros sin tan siquiera dominar el idioma. No seré yo quien tire la
toalla, seguiré exprimiéndome al máximo para intentar inculcar en esas 35 ó 40
cabecitas todo lo que pueda, pero cualquiera entenderá que no puedo garantizar
el éxito.
No nos podemos olvidar de que, de aquí a unos años, de estas
aulas deberán salir no solamente los médicos que nos curen y los arquitectos que
construyan nuestras viviendas, sino también el mecánico que arregle nuestro
viejo vehículo o el fontanero que repare ese conducto atascado en el lavabo.
Quizá suene a tópico, pero no se puede pretender que una semilla origine un
árbol que proporcione buena fruta si no se ha regado y abonado de forma
adecuada.
Así pues espero que el amable lector que haya perdido cinco
minutos de su valioso tiempo leyendo estas reflexiones, cuando escuche quejas,
manifestaciones y reivindicaciones varias por parte de nuestro gremio, no nos
tache radicalmente de peseteros y egoístas de buenas a primeras ni nos haga el
blanco de sus dardos. Entiendo perfectamente que quien está en el paro y le
cuesta llegar a fin de mes vea, a bote pronto, infundadas nuestras críticas,
pero espero que la gente pueda entender que existen muchos profesores que están
realmente preocupados por la preparación de las generaciones venideras. O al
menos uno.
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