Vaya por delante, antes de que ninguna mente
perversa y ávida de criticar tenga tiempo de reaccionar negativamente, que soy
el primero que comprende, apoya y defiende el concepto del reciclaje. Y jamás,
repito, jamás me verá nadie apoyarme en acciones inmorales ajenas para
justificar las mías propias. Ya que solemos quejarnos cuando nos introducen en
una comparativa en la que somos netamente inferiores, no vayamos ahora a
meternos nosotros mismos en confrontaciones por el mero hecho de sentirnos en
ventaja.
Dicho esto paso sin demora a tratar el tema con
el que presento la entrada, la archiconocida y repetida durante los últimos
años importancia por reciclar. Es cierto que nos estamos cargando este
castigado planeta donde habitamos, es cierto que no pensamos en las
consecuencias de nuestros actos, es cierto que nos olvidamos de la cantidad de
árboles precisos para que ese paquete de folios que hay sobre el escritorio
haya llegado hasta ahí. Por tanto, el primer mensaje que deseo transmitir es
reiterar este hecho fundamental en la correcta conservación del planeta.
Ahora bien, una vez todos nosotros, los
ciudadanos de a pie, nos hemos comprometido a interceder por el medio ambiente
y colaborar en la medida de nuestras posibilidades, estamos en disposición de
preguntarnos quién o quiénes tienen un mayor porcentaje de responsabilidad en
el cuidado de nuestra naturaleza. Habría que encargar un estudio exhaustivo
para dar un dato fiable, pero, a ojo de buen cubero, apostaría a que lo que
está a nuestro alcance, como separar papel, vidrio y plástico del resto de
basura, no supone ni el veinte por ciento de las posibilidades globales. A
continuación les pondré en una situación que de buen seguro a muchos les
resultará un tanto familiar.
Llegados a la caja menos concurrida de nuestro
hipermercado habitual (que luego, infaliblemente, resultará ser la más lenta),
cuando al fin comienza a pasar nuestra compra la simpática cajera, con una
fingida sonrisa de oreja a oreja, nos pregunta si vamos a necesitar bolsas para
llevar toda nuestra compra. ¡Mierda! Hemos olvidado por completo que cobran las
bolsas. Sí, es cierto que son escasos céntimos lo que nos va a cobrar por
ellas, pero sigue sin dar ningún gusto abonarlos. Solicitamos a la chica que
nos proporcione dos o tres bolsas, a la vez que lanzamos unos comentarios en un
tono simpático pero con un trasfondo evidente de queja por esa nueva normativa.
La cajera, adoptando una recién adquirida actitud ecologista y con el mismo
tono simpático que ha recibido, nos explica amablemente que el centro quiere
luchar contra el uso desmesurado de plástico. Nada convencidos pero resignados
cerramos la boca y comenzamos a embolsar.
Lo paradójico del asunto es que mientras
preparamos nuestra compra para llevarla a casa nos damos cuenta de que las
magdalenas, esas que llevamos comprando toda la vida, vienen envueltas de forma
individual. Esto sí que es un gasto inútil de plástico, pensamos. Y, sacando a
relucir interiormente nuestro espíritu naturalista, nos proponemos que, en la
próxima compra, cambiaremos de marca de magdalenas. Todo sea por el planeta.
Pasan los días y de nuevo nos encontramos en el
pasillo de la repostería llenando el carro. No hemos olvidado nuestra promesa,
así que echamos un vistazo rápido a todas las marcas de magdalenas que hay en
la estantería. La sorpresa no es pequeña cuando descubrimos que la inmensa
mayoría de estos productos van envueltos de forma individual, o, a lo sumo, de
dos en dos. Solamente visualizamos una marca que no lo hace así, y casualmente
resulta ser esa marca que catamos hace un tiempo y que sabía a pies. Decidimos
darle otra oportunidad y volver a comprarla, para que no se diga que no somos
persistentes en el cuidado del medio ambiente.
Pero seguimos avanzando pasillos con nuestra
garabateada lista de la compra en la mano y, al ser ahora más observadores,
vemos que los mondadientes también van envueltos de uno en uno, que el pan de
molde lleva dos capas de bolsa, que el queso en lonchas lleva una lámina entre
cada una para su mejor despegue, que los formatos pequeños de ciertas
conservas vienen agrupados de tres en tres con una envoltura plástica... En
fin, seguro que más de uno sería capaz de darme varios ejemplos añadidos de
situaciones similares.
Uno se queda con cara de pringado y piensa que si
el centro comercial está tan concienciado con el medio ambiente, ¿por qué no
exige a sus marcas que se apliquen el cuento? Obviamente el centro no está
dispuesto a perder ventas, así que quizá lo intente, pero si la marca es buena
y les proporciona ganancias no la va a apartar de sus lejas por más que no se
comprometa con el planeta.
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