viernes, 22 de enero de 2010

Hablemos de educación

Quizá si se debatiera sobre cualquier otro tema alguien podría objetar que critico sin conocimiento de causa, pero cuando las conversaciones versan sobre la educación de la juventud actual créanme que sé bastante bien lo que digo, pues me dedico profesionalmente a fatigar aún más mis castigadas cuerdas vocales para que un escasísimo porcentaje de la adolescencia del momento tenga unos conocimientos básicos de matemáticas. Dicho esto, quisiera compartir con ustedes mi visión sobre el futuro que nos espera.

Como principal objetivo es mi deseo demostrar (matemática palabra donde las haya) que realmente la situación es preocupante, mucho más de lo que pueda parecer desde fuera. En una segunda parte de esta entrada quizá me dedique a indagar en el asunto buscando a quien culpar, pero antes de buscar al asesino quisiera convencerles de que realmente existe un crimen que resolver.

Leí en cierta ocasión que existen tres tipos de mentiras: las grandes mentiras, las mentiras piadosas y las estadísticas, y no les quepa duda de que estas últimas pueden ser las más peligrosas con diferencia. Intentaré aclarar dónde reside el peligro referido al tema que nos ocupa, y qué mejor para su comprensión que un ejemplo real. Visualicen un grupo de 2º de ESO, sujetos de 13 y 14 años en su mayoría, donde tenemos matriculados 25 alumnos (número que, por cierto, excede con mucho el que preveía la LOGSE en sus comienzos). Llegamos al ansiado final de curso, pasa junio e, incluso, pasan los socorridos exámenes de septiembre. Concluido todo el proceso de evaluación hemos de elaborar una pequeña estadística para el archivo. En este caso, de los 25 alumnos van a proporcionar a tercer curso una veintena, mientras que cinco de ellos tendrán que recibir de nuevo las mismas clases con los mismos temarios, a ver si aunque sea por aburrimiento asimilan alguna culturilla para el futuro. La cuestión es que visto así uno tiende a pensar que la situación no es tan preocupante. Incluso en las décadas de los 70 y los 80, la época que los docentes experimentados consideran la más fructífera en cuanto a estudios, podría aceptarse como un resultado relativamente normal.

Ahora bien, vamos a analizar esos veinte alumnos que prosiguen con aparente éxito su andadura por la secundaria. Resulta que de este conjunto, seis de ellos habían sufrido con anterioridad la crudeza de la repetición de curso en sus carnes, por lo que su promoción es automática por imperativo legal. Por otro lado, nueve alumnos alcanzan la siguiente cota con una o dos asignaturas pendientes, de los cuales cuatro de ellos realmente merecían tener en su boletín tres o cuatro materias con calificación inferior a cinco, pero desde la dirección se presiona para que se les perdone alguna con la finalidad de no formar un tapón irreversible de alumnos en ese nivel (imaginen en un centro 800 alumnos entre primero y segundo y 50 entre tercero y cuarto). Luego tenemos a dos alumnos de los que modernamente se designan como alumnos de necesidades educativas específicas, es decir, chicos cuyo cociente intelectual no les permite alcanzar los objetivos propuestos para el nivel en el que están ubicados y hay que rebajarles el mismo hasta que lo alcancen. Francamente, en toda mi etapa estudiantil no conocí ni un solo caso de estas características. ¿Casualidad? ¿Es que ahora las criaturas nacen más atontadas que antes? ¿O es que necesitamos que los alumnos promocionen a cualquier precio? Creo que sé la respuesta, pero con su permiso me la guardo para mí. Y retomando a nuestro grupo, no nos olvidemos del alumno que, el pobre, aunque no sabe ni hacer la “o” con un canuto, siendo el único que siempre está calladito y nunca molesta, no le vamos a obligar a repetir. Si ahora hacemos recuento y mi capacidad operadora no me falla tras tantos años de calculadoras nos quedan únicamente dos alumnos que realmente merezcan cursar tercero con todas las de la ley. ¿Asusta el dato? A mí personalmente sí, sobre todo comparado con la bonita estadística de los veinte alumnos que pasaban de curso. Además, olvidé mencionar que cuando alguno de nuestros alumnos se cansa de vernos las caras y opta por dejar de acudir al centro, aún siguiendo matriculado, deja de tenerse en consideración en las estadísticas, con lo que éstas son aún más engañosas si cabe.

Así están las cosas. Sólo me queda recomendarles que a la hora de juzgar académicamente a un adolescente, hijo, familiar o simplemente conocido, en lugar de evaluarlo por el curso en el que esté o, incluso, por los valores numéricos que aparecen en su boletín, júzguenlo por lo que realmente sabe y así se harán una idea mucho más acertada y fiable del porvenir que tendrán que afrontar ellos y de los futuros profesionales a los que nos tendremos que enfrentar nosotros.

1 comentario:

  1. Hola, tan solo aportar que sucede prácticamente lo mismo en primaria, NEE, repetir solo una vez, que no sean muchos,..., incluso el año pasado nos pidieron en la 1ª evaluación que dijeramos cuantos iban a repetir para contar las plazas que habría.

    Un saludo

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