jueves, 18 de marzo de 2010

Cinco minutos

Hasta el más crítico entre los críticos se cansa a veces de buscar siempre la parte negativa de esta vida, de resaltar todo lo mejorable que nos rodea, y siente el poderoso e irremediable deseo de hablar, aunque sea excepcionalmente, de algo agradable, con gusto, algo de lo que se pueda dialogar sin indignación ni rabia. Siendo este mi caso hoy, les anuncio que mi intención en el presente ensayo es ni más ni menos que rendir un sincero homenaje.

Quien me conozca un poco, aunque sea por mis textos, sabrá que no tengo la menor intención de rendir tributo a ningún personaje harto de elogios mediáticos o sociales. Es más, no pretendo alabar a ningún ser humano, por más o menos conocido que sea. Mi propósito es reconocer como se merece un momento que apenas tiene consideración por el hombre de a pie. Mi humilde homenaje va dedicado a esos cinco minutos que transcurren inmediatamente de que nos hayamos despertado con el maldito timbre de nuestro reloj de mesilla, ese glorioso espacio de tiempo en que nos preparamos mentalmente para librar nuestra particular batalla diaria.

No encuentro palabras para describir esa contradictoria sensación que nos produce ser conscientes, por una parte, de que finalizó nuestro periodo de descanso corporal, y por otra, recordar que pusimos la alarma con la suficiente antelación como para permitirnos seguir tumbados cinco minutitos más en nuestro lecho. Sí, es cierto, transcurridos esos minutos habremos de incorporarnos, saludar al nuevo día y encarar no sin cierta pereza todos los problemas que nos deparará la jornada. Pero esos trescientos segundos son única y exclusivamente para deleitarnos, para saborear el hecho de estar despiertos pero recostados y, quizá, con los párpados aún tapando nuestras pupilas.

Y no se piensen ustedes que ese periodo de tiempo es meramente de meditación y asimilación, qué va. Es un momento perfecto también para completar nuestros inacabados sueños. ¡Cuántas veces nos ha abandonado Morfeo justamente cuando nuestro sueño se encontraba en su desenlace final y apenas con un par de escenas más quedaría íntegro! Creo que es sentimiento común la sensación de anhelar retomar nuestro letargo con la intención de proseguir el sueño por donde se nos cortó, cual si de una película detenida por el botón de pausa se tratara. Por desgracia sabemos que esto no suele ocurrir, por lo que es opción recomendable concluir a nuestra voluntad la aventura en la que estábamos envueltos de lleno, opción para la que vienen que ni pintados nuestros cinco protagonistas del día.

Si, por el contrario, el sueño en que estábamos enfrascados no nos resultó excesivamente agradable y más bien nos ahogábamos en una temible pesadilla copada de malvados monstruos, despiadados asesinos, violadores, políticos o suegras, son imprescindibles esos homenajeados minutos para retomar el titubeante aliento, cerciorarse de que la pesadilla había sido tal y ser capaces de ponernos en pie sin que ese inquietante temblor corporal siga azotándonos. Cinco minutos y como nuevos.

No hay más que recordar la que solía ser nuestra primera frase de cada día durante nuestra inocente infancia. “¡Cinco minutos más, por favor!”, le decíamos a nuestra madre cuando se desesperaba por lograr que alcanzáramos la escuela a la hora convenida. Hoy, adultos y un poquito más responsables, seguimos precisando de ese breve tiempo para reaccionar. ¡Benditos minutos!, ruego a las más altas divinidades que nunca nos faltéis, que seáis nuestros fieles compañeros matutinos y que jamás permitáis que nos veamos obligados a incorporarnos de la cama a la hora exacta en que la noche anterior fijamos nuestro despertador.

1 comentario:

  1. ¡Qué razón tienes, Odiseo! A veces uno desearía que esos cinco minutos fueran treinta, o más, pero los que tenemos el sentido de la responsabilidad muy desarrollado no podemos, en ocasiones, ni permitirnos esos cinco minutos. Me encantan tus disertaciones, cada día me sorprenden, me alegran, me despiertan... Tienes un estilo muy propio. ¡Sigue así! Un abrazo.

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