miércoles, 7 de junio de 2017

Más vale ¿malo? conocido

Lo confieso. Soy un adicto a los refranes, un yonqui de las frases hechas. Siempre que puedo, principalmente en mi expresión oral, cuelo alguna de estas expresiones precocinadas en mi a veces limitada oratoria. No sólo rodean a uno con un hipnotizante halo de sabiduría casi indiscutible sino que, bien empleadas, pueden llegar a ahorrarnos multitud de palabras vanas y rodeos exagerados en nuestro empeño por expresar con suficiente claridad una idea o sentimiento.
Ahora bien, no debemos caer en el error fatal de asumir que estas frases poseen la verdad absoluta en cualquier contexto. Da la impresión de que cuando dos personas discuten sobre un asunto y una de ellas, en su turno, expone sus argumentos y finiquita su tesis con un refrán, ya ha de concedérsele el asalto por ganado y el otro contertulio no tiene más remedio que agachar la cabeza y claudicar ante su oponente. Permítame el lector que discrepe ante esta supremacía de las frases hechas. Muchas de ellas dependen fuertemente del contexto, e incluso hay alguna esporádica que, en la humilde opinión de quien les escribe, apenas sirve para un par de casos muy puntuales y dista mucho de poder ser generalizada tan libremente.
En concreto estoy pensando en aquel refrán cuyo comienzo da título a esta entrada: más vale malo conocido que bueno por conocer. Ideológicamente hablando me parece una sentencia ultraconservadora. Es cierto que la mayoría de los mortales tenemos, si no miedo, cierto respeto al cambio, cierta reticencia a la modificación de nuestras costumbres, cierto acongoje a la ruptura de nuestros esquemas, pero siempre que la situación no se pueda considerar como “mala”, ya que en este caso sería del género idiota aspirar a mantenerse en su negativo estado. Alguna mente inquieta podría objetarme, no sin una ligera porción de verdad, que la inmensa mayoría de las circunstancias, por adversas que sean, siempre pueden empeorar. No le quito ese pedazo de razón, pero, ¿hemos de conformarnos con unas condiciones que no nos son beneficiosas sólo porque podrían ser peores? ¿No merece la pena correr algún riesgo con tal de salir de nuestra oscura situación? Imaginen, por ejemplificar la idea, un equipo deportivo que, a falta de escasos minutos para que finalice su choque, cae derrotado por un tanto a cero. El entrenador, rememorando el refrán que nos atañe, decide que, aunque le gustaría al menos empatar la contienda, no va a arriesgarse porque eso supondría dar al rival más opciones de lograr el segundo gol. Sabe de sobra, como experto en el deporte que es, que a efectos prácticos le da lo mismo perder por uno que por dos, pero entre esas dos opciones prefiere que sea por la mínima, así al menos podrá argumentar en su defensa que estuvieron realmente a punto de arañar un empate. Curiosa su reacción, pensarán mis lectores futboleros, y por ende completamente irreal. Lo más lógico es que el míster saque su artillería pesada, aun plenamente consciente de que las probabilidades de recibir un segundo tanto triplican, como mínimo, a las de lograr el ansiado empate. De perdidos al río, pensaría el agobiado estratega, por concluir este párrafo con otra frase hecha.
Mi visión sobre este refrán podría modificarse si la sentencia no fuera tan drástica con el “malo conocido”, si tal vez el contexto sabido fuera, como mínimo, aceptable, pasable, aprobado, suficiente. De tal forma, para poder darle el visto bueno, debería reformularse la expresión de una manera similar a “más vale situación pasable y adecuada aunque mejorable que bueno por conocer”, pero ya perdería por completo la forma sencilla y directa que le da ese encanto al refranero español.
En definitiva, mi modesto consejo es que no veamos estas expresiones como irrefutables, que no es oro todo lo que reluce y que estas sentencias, aunque resplandezcan en el cielo de la literatura y de la oratoria, no son necesariamente del metal dorado, sino que en ocasiones son de plata, de bronce o incluso de auténtico plástico macizo. Y, por supuesto, concretando, no se me conformen con lo malo, si la situación es desfavorable aspiren siempre a una, aunque mínima, mejoría, pues si bien hay quien prefiere ser cabeza de ratón a cola de león, no creo que a nadie le entusiasme la idea de ser el rabo de ese incomprendido roedor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu aporte. ¡Vuelve pronto!