martes, 26 de enero de 2010

En defensa de la palabrota

Hoy vengo dispuesto a romper una lanza en favor de esos vocablos incomprendidos. Palabrotas, tacos, palabras malsonantes… han recibido todo tipo de calificativos despectivos, pero qué escaso número de veces han sido evaluadas con justicia. Mi defensa es, no se dude, acerca de su uso, no de su abuso. Créanme que no hay en el universo oídos más deseosos de ensordecer que los de un servidor cuando se topan irremediablemente con esas bocas cuyo lenguaje se reduce a este compendio de palabras. Lo saben ustedes tan bien como yo, hay gente con la que uno siente la fuerte tentación de disolverle un diccionario en la sopa a ver si así amplían un poco su vocabulario, joder.
Exceptuando casos extremos como estos, el uso de las palabrotas colabora notablemente a otorgar a nuestras frases un tono y una carga emocional que difícilmente podrían adquirir simplemente con las expresiones políticamente correctas. Por ejemplificarles vagamente lo que intento trasmitirles les puedo contar que, mientras ejerzo mi labor como docente, hago de tripas corazón para no dejar escapar ninguna obscenidad delante de esos treinta adolescentes que cada día tienen menos interés en sus estudios y más ganas de tocar los cojones. Pero, como errare humanum est, es inevitable que en puntuales momentos de enojo y alteración máxima no sea capaz de controlar ese vocablo malsonante que produce en mis alumnos un doble efecto: por un lado, sus ojos me acosan como queriéndome avisar; “profe, has dicho un taco”; por otro lado, su boca y el resto de sus músculos quedan en reposo parcial, pues son conocedores de mi estado de cabreo y disgusto con ellos. No dudo que cada cual tendrá su propio ejemplo personificado de situaciones en las cuales, siendo él el acusado o el acusador, la sensación que se transmite en el ambiente dista mucho en función del lenguaje utilizado para expresar el mensaje en cuestión.
Pero es irremediable la censura. Si salvamos ciertas tertulias televisivas en las que las palabrotas copan el ochenta por ciento de las conversaciones, el taco está moralmente prohibido. Si eres niño, tus padres, familiares y maestros te tienen constantemente amenazado con tu más temido castigo si tus cuerdas vocales entontan cualquiera de esas incomprendidas palabras. Si eres adulto, amen de mirarte, no mal, sino fatal, si invocas a alguno de estos demonios del lenguaje, es tu obligación como padre, madre, familiar, profesor, vecino o cualquier rango que te acerque mínimamente a una inocente e infantil criatura, mantenerte alejado de los mentados diablillos verbales. ¡La libertad de expresión se va al garete, cagontó!
A riesgo de poder parecer repetitivo volveré a hacer notar que no hay nada más lejos de mi finalidad que convertirnos a todos en unos malhablados empedernidos. Seguro que hay por ahí algún cabrón que pretende tergiversar mis palabras y acusarme de desertor del buen hablar, cuando no existe afirmación más alejada de la realidad. Únicamente defiendo la posibilidad de guardar dentro de nuestro baúl de vocablos y expresiones aquellas que explotadas con mucha frecuencia pueden causar un coma profundo en tímpanos ajenos y descender considerablemente nuestro listón cultural, pero que si las utilizamos en el lugar preciso y en el momento exacto nos facilitarán la tarea, a veces harto compleja, de trasmitir a nuestro interlocutor con mayor fidelidad las sensaciones, habitualmente negativas, que recorren cosquilleantes y pícaras nuestro ser.
Concluyo este breve ensayo sobre la palabrota esperando que haya sido de su agrado y con una propuesta experimental e interactiva. Si dispone de un par de minutos relea estas líneas pero haga las siguientes sustituciones: cambie “joder” por “cáspita”, sustituya “tocar los cojones” por “molestar”, reemplace “cagontó” por “caracoles” y, por último, suprima del texto la palabra “cabrón” y añada en su lugar la expresión “mala persona”. ¿Nota la diferencia? Quizá no, pero yo sí que la aprecio. Le animo a que relate al resto de lectores la diferencia de sensaciones entre ambas lecturas.

2 comentarios:

  1. Yo no soy mujer de palabrotas, creo que un taco te hace una persona ordinaria y muy vulgar, y yo de nunca en la vida he sido de decir palabrotas. Como mucho he dicho "hosti" o "cagüenlá". Nunca que haya reñido a mis hijas, por ejemplo, he pronunciado palabrotas, siempre he sabido educarlas de manera que no tengan que servirse de esas palabras malsonantes. Aun así, estoy de acuerdo con lo que dices, que se puede vivir el día a día sin tener que soltar constantemente palabrotas, salvo cuando sea estrictamente necesario, pero, como ya he dicho, a mí no me salen.
    Por otro lado, me ha sorprendido tu artículo, no me esperaba que te expresaras tan bien escribiendo, incluso he preguntado si te han ayudado a hacerlo, pero ya veo que vales más de lo que ya valías para mí.
    Ya seguiré leyendo tus artículos, que me gusta mucho cómo escribes. Un beso de quien te quiere y es la tocaya de tu madre.

    ResponderEliminar
  2. Estimada Ramona:
    Su análisis de sintomatología para determinar si una persona es ordinaria, se me plantea escaso. Precipitarse en sus determinaciones le impedirá conocer a personas fascinantes.

    Comparto su forma de educar. Hasta que el infante no alcance un nivel de madurez, no sabrá usar la palabrota de forma enfática, inteligente y no ofensiva, por eso mejor impedir su uso y abuso.

    Puestos ya en personas adultas y maduras, alguien ordinario, no solo lo es por usar tacos. Otras características determinarán lo que usted, la sociedad y hasta yo considero ordinario.

    Se sorprendería de los beneficios que encontrará al dejar hablar a alguien que se expresa de forma moderada con tacos. Finalizada la conversación podrá diagnosticar con más posibilidad de acierto, si el uso de los tacos suponía una irremediable falta de cultura y decoro... o por el contrario, se trata de una persona inteligente, cultivada y con una inteligencia que le permite el uso de un vocabulario más extenso, donde el uso de palabrotas responden a un intento de dotar de fuerza y emotividad una conversación, además de considerarlo como una opción eficiente de alcanzar la atención de diferentes grupos sociales.

    Los pecadores como yo demostraremos que la palabrota es un arte....caminante no hay camino se hace camino al andar...

    ResponderEliminar

Gracias por tu aporte. ¡Vuelve pronto!